viernes, 24 de abril de 2015

El largo vuelo del Gran Torino (2ª parte)


Finalizada la contienda bélica y con la reanudación de las competiciones deportivas, el equipo del Toro había logrado construir una escuadra que sería capaz de ilusionar a toda una nación sumida en la postguerra, gracias a su juego y la insultante superioridad que iba a ejercer sobre sus rivales.

Il Grande Torino
Para entender mejor de lo que estamos hablando, sólo hay que echar un vistazo a los números, que nos aportan unas cifras mareantes. Empezaremos por señalar que en las cuatro temporadas que estaban por venir, el Torino no iba a perder ni un solo encuentro en su estadio. Pero la cosa no queda ahí. Si sumamos los partidos de los cinco scudettos conquistados en estos años (el anterior al parón guerrero y los cuatro que vendrían tras el fin del conflicto) obtenemos como resultado un total de 121 partidos ganados, 34 empatados y tan sólo 17 derrotas.


Estadio Filadelfia
Los afortunados espectadores que poblaban las gradas del Estadio Filadelfia fueron testigos de primer orden de las evoluciones de esta máquina de hacer fútbol. En un partido típico del Gran Torino nos encontraríamos la meta cubierta por el gran Bacigalupo, portero de excelentes cualidades, no muy alto pero de gran agilidad, al que gustaba saltar de un palo a otro atrapando el balón en paradas espectaculares. Delante de éste, ocupando la línea defensiva, Aldo Ballarín y Virgilio Maroso. En el centro del campo se encuentran Castigliano, Martelli y Rigamonti, encargados de cortar las acciones del rival y lanzar balones a los interiores Enzo Loik y al capitán Valentino Mazzola; éste último, en cada partido, llegaba un momento en que arengaba a sus jugadores a la voz de “¡Alé, Toro!”, y estos ya entendían la consigna, que venía a ser algo así como “ataque arrasador” y, a partir de ese instante, el rival estaba perdido, independientemente de cual fuera el resultado en esos momentos. Junto a estos dos interiores, la línea ofensiva quedaba configurada con los extremos Romeo Menti y Franco Ossola. Y por delante de todos, el eficaz delantero centro Gabetto.

Bacigalupo, Martelli y Rigamonti formaban el llamado “Trío Niza”. Los tres compartían piso, salían a divertirse juntos, entrenaban y jugaban juntos… En cierta ocasión, en una entrevista, Mario Rigamonti realizó unas declaraciones casi proféticas: “El Trío Niza vive a la vez, se divierten juntos y moriremos juntos”.

Los granates vencían y además por goleada, por lo que el seleccionador nacional, Vittorio Pozzo, lo tenía bastante sencillo a la hora de escoger a los hombres que debían formar parte de la escuadra azzurra en las diferentes confrontaciones de la selección, formada casi en su totalidad por componentes del Torino. Quizás su mayor problema no era decidir qué jugadores llevarse, sino a cuáles de los hombres del Toro no alinear. Tal es así, que el 11 de mayo de 1947, en el encuentro disputado en Turín ante la Hungría de Puskas, considerada entonces la mejor selección del mundo, la selección italiana iba a estar formada por diez hombres del Torino; el único cambio en la formación se encontraba en la portería, defendida por Sentimenti IV, meta de la Juventus… y la victoria sería para los italianos, que ganarían a los húngaros por 3-2.

Precisamente, el último partido que iba a disputar esta selección de Italia iba a tener lugar en Madrid, en el Estadio de Chamartín, ante España, el 27 de marzo de 1949. Para esta ocasión, el seleccionador iba a contar con seis jugadores del Grande Torino, incluido el meta Bacigalupo, que lograría detener un penalty al mismísimo Gaínza. Nuevamente la victoria, por 1-3, sería para la Nazionale.



Justo un mes antes de este encuentro, la selección de Portugal había acudido a Génova para disputar otro amistoso con la italiana. Aprovechando la ocasión, Francisco “Xico” Ferreira, componente del combinado portugués, solicitó al propio Valentino Mazzola, amigo personal suyo, y al presidente Novo, la participación de la escuadra turinesa en el partido de homenaje que, en el mes de mayo, le iba a tributar su club, el Benfica. Debido a la diferencia de puntos que el Torino sacaba a sus rivales en la tabla de clasificación en el campeonato italiano, y a que el propio Novo estaba interesado en hacerse con los servicios de Ferreira, el presidente turinés dio el visto bueno a la expedición.

Nadie era capaz de imaginar entonces que dicha decisión iba a marcar para siempre la memoria del club, escribiendo una de las páginas más trágicas que la historia del fútbol haya conocido jamás.

@EmiNegrillo

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